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martes, 11 de noviembre de 2014

¡Siguen habiendo pequeños que seguirán dando grandes lecciones…!

Amigos de los martes:


¡Deseo que todos estéis bien!

Hace unos días estaba haciendo zapping y, sin saber cómo, acabé viendo un programa de esos que pienso que deberían estar prohibidos. Algunas familias mostraban sus mansiones a un canal televisivo, dando explicaciones sobre el estilo de su construcción y, también, sobre la procedencia de todo su mobiliario. Uno de los matrimonios que participó en el reportaje, mientras mostraba su impresionante cuarto de baño, hizo hincapié en lo desagradable que le resultaba tener que compartir este espacio de la casa. Por esta razón, cada uno tenía su lavabo, su inodoro, su ducha con mampara y, cómo no, una increíble bañera con múltiples posibilidades para poder disfrutar de alguna sesión relajante de hidroterapia. ¡Las últimas tecnologías abundaban en cada rincón de la vivienda! 

Son muchas las familias que, tristemente, hoy no pueden disponer de un hogar digno. Muchas de ellas se encuentran cerca de nosotros. 
Pero, viendo aquellas imágenes televisivas, no pude evitar pensar en el pequeño Charles Lwanga: en su “maravilloso” hogar, en el camastro que daba cabida a él y a sus abuelos, en la disponibilidad y en la alegría que caracterizaba a sus hermanos… Cuando la salud de su mamá se lo permitía, madrugaba para andar unos kilómetros y poder llevar a casa el agua que había sacado de un pozo. Si tenía alimentos los cocinaba y, si quedaba algo de agua, la reservaba para poder bañar a Charles y a sus otros muchachos. Entre otras pocas cosas, se sentían afortunados por poder poseer un viejo barreño. 

Sin oro, sin plata, sin sillas y muebles de diseño, a pesar de la pobreza extrema que sufrían, daban gracias a la vida. Daban gracias por ser felices y por poder compartir sus “riquezas”, que eran muchas, en familia. 

¡Siguen habiendo pequeños que seguirán dando grandes lecciones…!

Un fuerte abrazo y hasta pronto,
Càrol Garcia Murillo