Dios tiene forma de pan
Desde Argentina llega este testimonio de un misionero que trabaja en la región de Karamoya, en el noreste de Uganda.
“Antes de la Misa, solemos confesar. Entre los penitentes había un joven de unos 15 años. Se acercó al confesionario, pero no decía nada. En vista de ello, le dije: Dime tus pecados. El joven, con voz cándida y tímida al mismo tiempo, susurró «akanyami akoro» (tengo hambre). Me quedé helado sin saber qué responder.
Esta frase, tengo hambre, se oye aquí a todas horas y en todas partes. La dicen los chicos y los mayores, como una letanía, pero al oírla en el confesionario me sobresaltó.
El hambre es tan antigua como el hombre. En la Biblia encontramos ya desde los primeros capítulos: fue el hambre la que condujo los pasos de los hijos de Israel a Egipto.
Hoy no es un misterio para nadie que se pasa hambre en el mundo. Según las últimas estadísticas, alrededor de 795 millones de personas en el mundo no tienen suficientes alimentos para llevar una vida saludable y activa (http://es.wfp.org/). Se estima que unas 25.000 personas mueren de hambre.
En África abunda el hambre de pan y el hambre de saber. Se lucha para eliminarlas, y los resultados suelen ser satisfactorios; pero el camino que es preciso recorrer es muy largo, porque, en definitiva, el problema del hambre es el problema del subdesarrollo. La batalla contra el hambre y el subdesarrollo podría ser ganada si la comunidad mundial se comprometiera a ello con todas sus fuerzas.
Pero no hay que pensar sólo en los alimentos. Está en juego el desarrollo total del hombre. Ya es clásico el aforismo de Confucio: «Si me das un pez comeré un día; si me enseñas a pescar, nunca más tendré hambre».
Hay gente tan hambrienta en el mundo que Dios solo se les aparece en forma de pan (Gandhi)”.
OMPRESS-ARGENTINA (7-10-15)